Érase una vez un genocidio. A estas alturas, creo que ya nadie tiene dudas. Después de los ataques a viviendas, hospitales, campos de refugiados, ambulancias, y medios de comunicación, más de 42.227 personas han perdido la vida entre el 7 de octubre de 2023 y el 14 de octube de 2024 (El Salto). Entre ellas, al menos 5.600 niños, además de personal médico, periodistas y trabajadores humanitarios en la Franja de Gaza.
¿Cuántas páginas llenaríamos si en lugar de números pudiéramos escribir los nombres de cada una de estas personas?
Necesitábamos 29 días y 7 horas en silencio por todas las muertes en Gaza, solo del lado Palestino. Como dijo Alex Hug, la guerra golpea a todos. Recordemos que el genocidio se define como un delito perpetrado con la intención de destruir, total o parcialmente, a un grupo nacional, étnico, racial o religioso. Y lo clave aquí es precisamente esa «intención de eliminar».
Para quienes, como yo, estudiamos Derecho Internacional, sabemos, por ejemplo, que en los términos del artículo 1 de la Convención para la Resolución de Conflictos Internacionales, firmada en La Haya en octubre de 1907, se estipula lo siguiente:
«Teniendo en cuenta prevenir en la medida de lo posible el recurso a la fuerza en las relaciones entre los Estados, las potencias contratantes se comprometen a hacer todos los esfuerzos necesarios para asegurar la resolución pacífica de los conflictos internacionales.»
Y eso sin mencionar toda la batería de tratados que se han firmado desde entonces: Declaración Universal de los Derechos Humanos, Carta de las Naciones Unidas, Declaración de Manila, Estatuto de Roma, Convención para la Prevención y Sanción del Delito de Genocidio, los Convenios de Ginebra… (por cierto, ¿dónde puedo pedir la devolución de las tasas universitarias? Me vendría bien).
Realpolitik: con un lápiz y una regla
No quiero aburriros, pero es importante recordar que, para debilitar a su enemigo, los líderes británicos decidieron sabotear el Imperio Otomano desde dentro. En 1915 contactaron con los líderes árabes de la región palestina, ofreciéndoles un trato tentador: ayuda para sabotear al Imperio a cambio de la promesa de establecer una nación árabe al final de la guerra.
Lo interesante es que, sin que los árabes lo supieran, los británicos harían poco después una promesa similar a los judíos de la región. En la célebre Declaración Balfour (1917), el ministro de exteriores británico aseguró a Lord Rothschild (os suena el apellido, ¿no?), líder de la comunidad judía en Londres, que “el Gobierno de Su Majestad contempla con beneplácito el establecimiento en Palestina de un hogar nacional para el pueblo judío”. Hasta entonces, la población judía en Palestina era mínima.
Sin embargo, a pesar de la ayuda de árabes y judíos a los británicos, ninguna de las dos comunidades obtuvo la nación prometida. En la Conferencia de Paz de París de 1919, Emir Faisal I de Irak firmó un acuerdo con Chaim Weizmann, líder sionista, sobre el desarrollo de una patria judía en Palestina.
Ambos estaban dispuestos a llegar a un acuerdo, pero ya existía un pacto secreto: el Acuerdo Sykes-Picot, firmado por los ministros de exteriores británico y francés, que preveía el reparto de Oriente Medio al finalizar la guerra. Así fue como se sentaron las bases no solo de las fronteras actuales, sino también de muchos de los problemas que siguen vivos hoy.
El comportamiento británico se puede comparar con el del hombre que intenta tener dos relaciones al mismo tiempo (sin que ninguna de ellas lo sepa), y ya sabemos cómo terminan esas historias, ¿verdad?
Ninguna de las partes quedó satisfecha: los judíos querían más territorio sin población árabe, y los árabes se negaban a compartir su tierra con lo que veían como colonos.
Palestina: Lo que nace torcido, difícilmente se endereza
Quizás, más que diplomacia, lo que necesitamos es una organización internacional para tratar traumas colectivos. El final de la Segunda Guerra Mundial reforzó las demandas sionistas y aceleró los planes de reparto del territorio.
El 14 de mayo de 1948, un día antes de que expirara el mandato británico en Palestina, Israel proclamó su independencia y expulsó a la población palestina, convirtiéndolos en refugiados. Menos de 24 horas después, los ejércitos de Egipto, Jordania, Siria, Líbano e Irak invadieron Israel.
Después de la tempestad, ¿llega la calma?
Diseñados para ofrecer una solución al conflicto palestino-israelí, los Acuerdos de Oslo (1993) preveían la creación de un autogobierno palestino provisional, la Autoridad Nacional Palestina (ANP), transfiriéndole poderes y responsabilidades en Cisjordania y Gaza.
Existe una foto icónica de los Acuerdos de Oslo que muestra a Isaac Rabin, Bill Clinton y Yasser Arafat, y que puedes encontrar fácilmente en Wikipedia. Me encantaría compartirla aquí, pero mejor no, para evitar que me ocurra lo mismo que esto artículo donde llegó un regalito sorpresa… ¡una orden de pago inesperada!
Bueno… para ir l grano, los acuerdos de Oslo provocaron la revuelta de grupos de extrema derecha israelíes. Año tras año, su retórica racista contra los árabes israelíes ha ganado cada vez más espacio en el debate público. Itamar Ben-Gvir, ministro de Seguridad Nacional, dijo en un evento:
“Tenemos que incentivarlos a irse. Es hora de que vuelvan a casa y cumplan con lo que la Torá manda: conquistarás la tierra y en ella te instalarás. ¡Siempre fue nuestra! ¡Muerte a los terroristas!”
(Transcripción de un discurso a partir de un documental francés)
Aunque los representantes de la extrema derecha religiosa apenas reúnen algo más del 10% del electorado, su influencia ha crecido gracias a la coalición de derecha que asumió el poder a inicios de 2023.
No ocultan sus deseos: anexar todos los territorios ocupados y expulsar a los árabes a cualquier precio. Está claro.
Para muchos israelíes que salieron a protestar durante meses, los medios son responsables de convertir a Ben-Gvir en una especie de estrella de rock, normalizando el racismo. Todo comenzó con la Ley del Estado-Nación de 2018, que declara a Israel como el estado del pueblo judío sin definir sus fronteras, y eleva el hebreo como única lengua oficial, relegando el árabe, hablado por el 20% de la población, a un estatus inferior.
Palestina libre: ¿Vas a comer a McDonald’s?
Por si no lo sabías, McDonald’s ha donado grandes cantidades de comida al ejército israelí. Además, a través del proyecto Nimbus, Google y Amazon están ayudando al ejército israelí a mejorar sus sistemas de inteligencia artificial. Intel es uno de los mayores empleadores de Israel, y Santander y BBVA son los bancos españoles que más han invertido en empresas de armamento relacionadas con el conflicto.
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Como dijo Shikma Bressler en una manifestación en julio de 2023: «Cada uno de nosotros tiene el poder de detener la dictadura, garantizaremos que Israel siga siendo una democracia«. Pero, claro, ni ella sabía lo que estaba por venir… y nosotros tampoco lo sabemos.
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Si nos consideramos ciudadanos del mundo cuando viajamos y compartimos fotos muy chulas que reciben muchos «me gusta», también debemos asumir esa responsabilidad a la hora de defender valores fundamentales como el pluralismo, los derechos humanos, la participación ciudadana y la igualdad ante la ley, tanto en nuestro país como fuera de él. La amenaza de la extrema derecha sigue creciendo a nivel global, algo que podemos constatar fácilmente en las noticias o, de manera más profunda, al leer los estudios de politólogos.